Dr. Ricardo Schatz

Ricardo Schatz nació en 1867 en Buenos Aires. Estudió en el Colegio San José de 1877 a 1884 y luego en la Facultad de Medicina donde se graduó en 1891 con su tesis "Contribución al estudio de la parálisis histérica". En 1895 fue designado Profesor Sustituto de Higiene y en 1905 Profesor Titular de Higiene Médica en la misma Facultad, cargo que desempeña hasta su jubilación en 1917. Entre sus trabajos publicados deben citarse "Esterilización de la carne de cerdos tuberculosos" y "Profilaxis de la tuberculosis en los tambos de Buenos Aires".

Al integrarse el Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria a la Universidad de Buenos Aires como Facultad de Agronomía y Veterinaria y constituirse el Consejo Directivo, el Dr. Schatz fue designado miembro del mismo. En esa época, la mayoría de los consejeros no eran profesores de la nueva Facultad, sino de otras. Así también, el Dr. Schatz no lo fue de la Facultad. Al crearse la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria fue designado académico, junto con los demás consejeros, el decano y el vicedecano.

Después de la renuncia del Dr. Arata al decanato de la Facultad, y un interinato de varios meses del vicedecano Dr. Abel Bengolea, fue elegido el Dr. Schatz como decano a partir de agosto de 1911. "Era un caballero jovial, todavía bastante joven y activo" informa Federico Reichert, para agregar "... opino que a él le faltaba la verba que poseían hombres como Arata, [Francisco P.] Moreno y otros más, condición necesaria para acompañar, entusiasmar y alentar a los colaboradores...". A terminar su período de 3 años, fue reelegido por otro período, hasta agosto de 1917.

Durante su decanato se abrieron adscripciones a las cátedras, a que ingresaron muchos de quienes con el correr del tiempo se convirtieron en profesores de la Facultad, se reformó el plan de estudio de ambas escuelas (Agronomía y Veterinaria), acortando la carrera, y se prosiguió con las construcciones de nuevos pabellones como el de Maquinaria Agrícola, Clínica y el Pabellón Uballes destinado este último a internado de alumnos del interior. También se debe al decanato del Dr. Schatz la creación de la Revista de la Facultad de Agronomía y Veterinaria y los cursos de botánica y agronomía aplicados destinados a maestros y maestras.

El Dr. Ricardo Schatz falleció en Buenos Aires el 1° de septiembre de 1929.

Dr. Julio Méndez

Nació en Córdoba el 11 de noviembre de 1858. Sus estudios secundarios los realizó en el Colegio Nacional Monserrat, donde se graduó de bachiller. Luego cursó sus estudios de química en la Escuela de Ciencias de Córdoba.
Sus estudios universitarios los realizó en la Facultad de Medicina de Buenos Aires doctorándose en 1884, a los 26 años de edad, con una Tesis titulada “Esclerodermia. Lesión trófica”.

Para perfeccionarse viaja a Europa; permanece allí cinco años entre Alemania y Francia. Asistió al desarrollo de la bacteriología con Roberto Koch y de la anatomía patológica con Rodolfo Virchow; en París trabaja y se perfecciona con Luis Pasteur.

Regresa a Buenos Aires en 1889 y se hace cargo como médico Jefe de la Sala I del Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía). En 1891 hasta 1894 conservando su cargo de médico del Hospital San Roque gana por concurso la Dirección del Laboratorio Bacteriológico de la Asistencia Pública de Buenos Aires. En este laboratorio, en 1894 preparó el primer suero antidiftérico argentino que se usó en Buenos Aires y que tenía mayor acción antitóxica que el preparado por Emil von Behring, en Berlín a principios de 1893, y por Roux, en París.

En 1895 Méndez fundó con Julio Lemos un Laboratorio de Antitoxinas emprendiendo el estudio del carbunco. Dos años más tarde el 3 de octubre de 1897, anunció el descubrimiento de una vacuna anticarbuncosa original para uso veterinario de características similares a la preparada por Pasteur

Vacante la Cátedra, por fallecimiento del Dr González del Solar, el Poder Ejecutivo de la Nación nombra, de acuerdo con la terna elevada por la Academia, al Dr Enrique Revilla, el 5 de Octubre de 1902, y por renuncia de éste se nombra al Dr Julio Méndez el 22 de Junio de 1903. Desde la llegada de Méndez, acompañado de su distinguido colaborador y Jefe de Trabajos Prácticos Felipe Justo, la enseñanza de la higiene cambia de orientación, completándola decidida y positivamente, con trabajos prácticos y de investigación.

En virtud de la renuncia de Méndez, presentada en Octubre 19 de 1905, asume la Cátedra de Higiene el Profesor Ricardo Schatz, quien ampliando la obra de su antecesor, enseño la materia con excelente método y preparación. Méndez incursiona también en el campo de la política universitaria. Fue uno de los rebeldes de la reforma de 1905 y en ese año renunció a la Cátedra de Higiene. Junto con Avelino Gutiérrez y Nicolás Repetto encabezó el movimiento tendiente a llevar a la Cátedra de Clínica Quirúrgica a Juan Bautista Justo. En 1918 siendo Decano de la Facultad de Medicina renunció por oponerse al examen de ingreso que se quería imponer.

Fue el primer Presidente de la Sociedad Argentina de Patología Infecciosa y Epidemiología en la que figuraba como sus fundadores; Miembro Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Madrid; Profesor Honorario de la Universidad de Córdoba; Profesor Honorario de la Universidad de La Plata; Profesor Honorario de la Universidad del Litoral; Presidente en 1890 del Círculo Médico Argentino; Presidente de la Sociedad de Biología de la Sociedad Científica Argentina. Entre 1912 y 1913 fue Presidente de la Asociación Médica Argentina.
Muere el 8 de agosto de 1947.

Dr. Roberto Wernicke

Nació el 23 de mayo de 1852 en la provincia de Buenos Aires. Su padre Roberto Enrique Augusto Wernicke, fué un prestigioso maestro de nacionalidad alemana, lo mismo que su madre.

Pasó su infancia en Baradero, localidad en la que su padre se radicó por razones de salud y donde dirigió una escuela en la Colonia Suiza. Realizó sus estudios secundarios en Buenos Aires; en 1872 se trasladó a Alemania ingresando en la Universidad de Jena. Se graduó en 1876 con la tesis “El corazón embrional bajo el punto de vista fisiológico”. Esta obra traducida al español fue publicada ese mismo año en los Anales de la Sociedad Científica Argentina.

Los méritos del joven egresado fueron reconocidos por los profesores Nothnagel, Eichhorst y Lichtheim que en forma sucesiva lo tuvieron como asistente, hecho poco común tratándose de un extranjero.

En 1878 regresó a Buenos Aires y revalidó su título. Un año después comenzó a actuar en el Círculo Médico Argentino y desde los “Anales”, que publicaba esa entidad se convirtió en crítico
severo de las tesis de doctorado que anualmente eran presentadas en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires.
En la revolución de 1880 junto con dos colegas instaló un hospital de sangre en los depósitos de Lanús y ese mismo año creó los consultorios médicos gratuitos, que dirigió hasta 1884. En ese lugar inició sus famosos Cursos Libres en los que sus alumnos recibieron nociones de histología, de anatomía patológica, estuvieron en contacto directo con el enfermo y aprendieron a manejar el microscopio.

En 1884 para obtener el título de Doctor en Medicina presentó una tesis que apadrinó el Dr José T Baca “ Una primera lección de examen clínico”. Poco después fue designado Profesor Suplente de la Cátedra de Patología General y el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires le pidió que se integrara a una comisión encargada de estudiar las enfermedades contagiosas de los animales de la que también formaban parte el Dr José Mariano Astigueta y tres veterinarios. Esta comisión realizó importantes estudios de parasitología animal a pesar de los escasos recursos que le fueron asignados. Wernicke ayudó a montar el Laboratorio, construyó un aparato fotográfico y al parecer introdujo en el país las primeras ratas blancas. Disuelta la comisión en 1888 todo el instrumental del laboratorio fue dispersado y sólo se logró conservar el microscopio que usara todos esos años en sus investigaciones.
En 1886 el Departamento Nacional de Higiene lo envió a Rosario a evaluar la situación creada por la presencia de cólera en la zona. Luego de varios problemas pudo imponer su criterio sanitario y logró que se levantara un lazareto en las afueras de la ciudad para albergar a los que habían contraído la enfermedad.
Cuando el Dr Estanislao Zeballos presidió la Sociedad Rural Argentina (1888) creó un laboratorio a cuyo frente puso a Wernicke, quien aportó nuevo instrumental de su propiedad que acababa de recibir de Europa. En ese modesto laboratorio un grupo de jóvenes, estudiantes de medicina, veterinarios y biólogos, aprendieron bacteriología, especialidad recién creada.
Durante los períodos de 1894 a 1895 y de 1896 a 1897, fue Presidente de la Asociación Médica Argentina.

En 1907 se produjo su retiro voluntario de la Cátedra de Patología General, de la que era Profesor Titular, renunciando también a los cargos de Académico y de Consejero de la Escuela de Medicina, por estar en desacuerdo con las modificaciones introducidas en la enseñanza médica y en el manejo administrativo de la Facultad de Medicina. El Consejo Directivo, ante su alejamiento decidió otorgarle el Título de Profesor Honorario título que se confería por primera vez . A partir de ese momento se dedicó a sus enfermos, durante años había concurrido a la Sala IX del Hospital de Clínicas y a la investigación. Fue un verdadero renovador de la enseñanza de la Patología General y la Semiología, desde su lugar formó discípulos como Alejandro Posadas, Alois Bachman, Daniel Greenway, Julio Méndez, Pedro Elizalde y otros que supieron honrar a su maestro.
Wernicke murió en Buenos Aires el 14 de octubre de 1922.

Dr. Laureano Maradona

Maradona nació en Esperanza (Santa Fe) el 4 de julio de 1895, uno de los 14 hijos de Waldino Maradona y Petrona de la Encarnación Villalba, una familia enraizada ya en estas tierras. Descendía, por parte de su padre, de una familia gallega (los Fernández Maradona) llegada desde Chile en la época colonial a poco de fundarse San Juan donde finalmente se radicaron y dieron figuras de talla histórica. Del lado materno en cambio la ascendencia era criolla (de Santiago y Buenos Aires), y su infancia transcurrió en gran parte en su estancia de Los Aromos en las barrancas santafecinas del río Coronda. Ya adolescente, la familia se trasladó a Buenos Aires, donde se recibió dos décadas después de médico (1928).

Se instaló unos meses en la Capital Federal y luego en Resistencia, Chaco. Y allí estaba en 1930, cuando la revolución de Uriburu depuso al presidente Hipólito Yrigoyen. Si bien nunca había sido yrigoyenista sino acaso lo contrario, asumió como ciudadano defender la democracia y el gobierno constitucional pronunciando entonces fogosas conferencias en las plazas públicas, que le valieron inmediatas persecuciones. En el entusiasmo de la juventud acaso esa experiencia lo marcara, porque nunca luego llegó a practicarla seriamente y definitivamente se apartó de ella. “Pese a que llegué a ser candidato a diputado por el Partido Unitario —recordaba a propósito del tema—, la política nunca ocupó el centro de mi vida; los políticos, en su mayoría, siempre dicen una cosa y hacen otra, muchas veces desvirtúan la democracia para hacer demagogia en nombre de ella”. [4]

Perseguido por el régimen que derrocara a Yrigoyen, partió para Paraguay donde comenzaba entonces la Guerra del Chaco Boreal, con apenas una valija de ropa, un revólver 38 y su diploma de médico como todo equipaje. Ya llegado, ofreció sus servicios a un comisario de Asunción, pero pidió que no lo sometieran a ninguna bandera porque su único fin era el “humano y cristiano de restañar las heridas de los pobres soldados que caen en el campo de batalla por desinteligencias de los que gobiernan”. Tan nobles palabras le valieron la cárcel por unos días: no le creyeron y lo tomaron por un espía argentino. Poco después ya liberado, lo tomaron como camillero en el Hospital Naval, donde pronto llegó a en tres años llegó a ser director, atendiendo en esa etapa a cientos de soldados de ambos bandos. Fue para ese entonces que conoció a la que sería el único amor de su vida: Aurora Ebaly, una jovencita de 20 años descendiente de irlandeses y sobrina del presidente paraguayo. Ya comprometidos, el romance estaba llamado a ser fugaz: el 31 de diciembre de 1934 Aurora murió con el año víctima de la fiebre tifoidea. Pero fue largo el recuerdo que Maradona encendió en su memoria, pues no se casó nunca y nunca volvió a noviar.

Acaso el dolor del duel o fue uno de los motivos que lo alejaron de Paraguay no bien terminó la guerra. Tras donar los sueldos que ganó a soldados paraguayos y a la Cruz Roja, escapó, de los honores y agasajos que le realizaron. No pocos dijeron que este médico tuvo mucho que ver con el fin de la guerra, pero él mismo se encargó de minimizar las versiones: “Pese a lo que algunos dijeron, yo no fui quien directamente hizo firmar la paz entre ambos países. Solamente colaboré para que se juntaran las comisiones que habían viajado desde Europa con los delegados de Bolivia y Paraguay”.

Volvió entonces a Argentina. Había proyectado las etapas de su viaje: regresaría a su país en barco, hasta Formosa, y allí tomaría el tren que pasaba por Salta, Jujuy y Tucumán; en esta ciudad visitaría a un hermano, que era intendente; después llegaría a Buenos Aires, donde vivía su madre. Fue en ese tren donde le salió al encuentro su destino definitivo en el monte formoseño. El próximo pasaba a los tres o cuatro días, y en ese intervalo la gente del lugar y de los campos vecinos acudió a hacerse asistir, y todos le pidieron insistentemente que se quedara, ya que no había ningún médico en muchas leguas a la redonda. Y también fue entonces cuando simplemente y según sus palabras “Había que tomar una decisión y la tomé… quedarme donde me necesitaban. Y me quedé 53 años de mi vida.”

Y se estableció en Estanislao del Campo, entonces el Paraje Guaycurri, un villorrio formoseño sin agua corriente, gas, luz o teléfono. Y a poco de vivir allí, vio aparecer a los aborígenes de las cercanías, tobas y pilagás. Llegaban de cuando en cuando, como espectros en fuga, miserables, desnutridos y enfermos a los comercios y viviendas de los límites del poblado, ofreciendo canjear plumas de avestruces, arcos, flechas y otras artesanías por alguna ropa o alimento que necesitaban. El corazón de Maradona se conmovió y latió con ellos, con su dolor y su desamparo, y se transformó en un compromiso asu mido como obligación moral de hacer algo por ellos, desde entonces y durante toda su vida. E hizo muchísimo: no es fácil resumirlo, el lector habrá de llenar los espacios cotidianos que mediaron en medio siglo… Primero acercarse, ganar su confianza demasiado herida, atenderlos, curarlos, oírlos y aprender sus lenguas y costumbres hasta ser aceptado en las tribus.

Y en el monte y las tolderías se escribió el capítulo más admirable de este hombre de extraordinaria riqueza y fuerza espiritual volcada en amor a su prójimo más necesitado. Su labor no se circunscribió solamente a la asistencia sanitaria: convivió con ellos, se interiorizó de las múltiples necesidades que padecían y trató de ayudarlos también en todos los aspectos que pudo: económicos, culturales, humanos y sociales. Realizó gestiones ante el Gobierno del Territorio Nacional de Formosa y obtuvo que se les adjudicara una fracción de tierras fiscales. Allí, reuniendo a cerca de cuatrocientos naturales, fundó con éstos una Colonia Aborigen, a la que bautizó “Juan Bautista Alberdi”, en homenaje al autor de “Las Bases . . .”, colonia que fue oficializada en 1948. Les enseñó algunas faenas agrícolas, especialmente a cultivar el algodón, a cocer ladrillos y a construir sencillos edificios. A la vez, los atendía sanitariamente, todo, por supuesto, de manera gratuita y benéfica, hasta el extremo de invertir su propio dinero para comprarles arados y semillas. Cuando edificaron la Escuela, enseñó como maestro durante tres años, hasta que llegó un docente nombrado por el gobierno.

Era además un apasionado de las ciencias naturales. Inspirado por la riqueza natural del monte formoseño, escribió una veintena de libros, la mayoría inéditos, sobre etnografía, lingüística, mitología indígena, dendrología, zoología, botánica, leprología, historia, sociología y topografía. Varias veces le ofrecieron puestos; nunca prestó conformidad. En 1981 un jurado compuesto por representantes de organismos oficiales, de entidades médicas y de laboratorios medicinales, lo distinguió con el premio al “Médico Rural Iberoamericano”, que se adjudicaba acompañado de importante suma de dinero. Rechazó a ésta de plano, y en el mismo acto de la entrega, logró que con ese fondo se instituyeran becas para estudiantes que aspiraban a ser médicos rurales. Cuando ya era anciano, el gobierno quiso destinarle una pensión vitalicia; tampoco aceptó. Su norma inquebrantable de conducta rezaba “todo para los demás, nada para mí”.

Fue postulado tres veces para el Premio Nobel y recibió decenas de premios nacionales e internacionales, entre los que se cuenta el Premio Estrella de la Medicina para la Paz, que le entregó la ONU en 1987. Sin embargo, no le importaban los honores. Había escrito su historia en el silencio, y la fama lo asaltó tiñendo su figura de ribetes legendarios y valores espirituales alejados de las sociedades de este tiempo, que paradójicamente lo admiraron por ello. Esa notoriedad le fue tan ajena como los homenajes o las retribuciones dinerarias: simplemente no alteraba su vida ni la aceptaba como algo merecido o que valiera la pena. En una carta dirigida a Eduardo Bernardi, al referirse a los premios, escribió: “Es todo humo que se disipa en el espacio”. Sus frases, siempre amables y sin altisonancias, son en sí mismas un legado más para la reflexión cuando ya su figura es una ausencia grande:

“Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado; yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien”.

“Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado” ….”estoy satisfecho de haber hecho el bien en lo posible a nuestro prójimo, sobre todo al más necesitado y lo continuaré haciendo hasta que Dios diga basta”.

Y mucho bien hizo, y ese bien habría de ser muy necesitado pues Dios tardó en decir basta. Recién cuando ya desbordaba los 91 años a mediados de 1986, enfermó y aceptó ir a vivir en Rosario con la familia. Su sobrino, el doctor José Ignacio Maradona y su esposa Amelia junto a sus diez hijos lo rodearon de afecto los nueve últimos años de su vida. De una lucidez asombrosa, que conservó hasta su muerte, estudiaba con los más chicos medicina e Historia. Su más cercano amigo durante 35 años, Abel Bassanese, cuenta que en el día anterior al de su deceso habían estudiado temas sobre el Virreinato del Río de la Plata. Murió de vejez, sin sufrimientos físicos ni morales -en la santa paz de los buenos y justos- poco después de despuntar la mañana del 14 de enero de 1995, cuando le faltaban apenas unos meses para cumplir los cien años.

Su recuerdo, tal como quizá lo hubiera querido, se funde con el homenaje a todos los médicos rurales argentinos, cuyas historias anónimas nos esconden sus nombres y sus desvelos: el 4 de julio, día de su nacimiento ha sido declarado por ley Día Nacional del Médico Rural.